Portugal parecía destinada a seguir los pasos de otros países europeos, como Bélgica, Dinamarca, Países Bajos y Noruega, que están en plena transición de sus cazas F-16 a los costosos cazas estadounidenses de quinta generación F-35. Sin embargo, la incertidumbre estratégica generada por la administración Trump ofrece ahora a Lisboa una oportunidad inesperada para reconsiderar su decisión.
Actualmente, la Fuerza Aérea Portuguesa opera 21 cazas F-16A, todos ellos con más de tres décadas de servicio activo en sus fuselajes. Lisboa había planificado renovar esta flota con el F-35 de Lockheed Martin, pero recientemente el ministro de Defensa, Nuno Melo, ha dejado abierta la posibilidad de explorar otras alternativas. Según Melo, existen “varias opciones a considerar, especialmente en el marco de la producción europea y el retorno económico que estas alternativas puedan aportar al país”.
La postura del ministro de Defensa portugués revela claramente que la imprevisibilidad estadounidense no solo supone riesgos estratégicos, sino también desafíos económicos, en un contexto extremadamente complejo debido a la crisis arancelaria y sus consecuencias imprevisibles
A ello se suma que el ministro de Finanzas, Joaquim Miranda Sarmento, ha sido muy enfático en que Portugal no permitirá que el aumento en el gasto en defensa consuma el superávit presupuestario, fruto de años de esfuerzo tras dolorosas medidas de austeridad tras el rescate de 2011. Con una deuda pública que cerró el 2024 en torno al 95 % del PIB, Lisboa entiende que cualquier incremento en el gasto militar deberá calibrarse cuidadosamente para no comprometer la estabilidad económica. Para ello será clave no aventurarse en inversiones en defensa que puedan resultar especialmente costosas en términos operativos, ni que generen una dependencia tecnológica y logística a corto y medio plazo frente a un aliado que se ha vuelto impredecible.
Aunque el coste unitario inicial de algunas alternativas europeas como el Eurofighter o el Rafale pueda ser ligeramente superior, la clave radica en el coste operativo por hora de vuelo. Es ahí donde las diferencias son notables: mientras operar un F-35A cuesta unos 33.000 dólares por hora, las alternativas europeas presentan costes significativamente inferiores: aproximadamente 18.000 dólares/hora en el caso del Eurofighter Typhoon y el Rafale francés, y aún más notable, alrededor de 8.000 dólares/hora para el Gripen sueco. Cualquiera de estas opciones permitiría a Portugal cubrir eficazmente sus necesidades defensivas y cumplir plenamente con sus compromisos internacionales como socio de la Unión Europea y de la OTAN, con un coste operativo más asumible y, sobre todo, predecible.
El punto crucial aquí es que Portugal aún no ha cerrado su decisión. Mientras otros países europeos ya formalizaron contratos antes del cambio político en EE. UU. —contratos ahora imposibles de revertir—, Portugal todavía dispone de margen para cambiar de rumbo. Lisboa puede convertir una crisis geopolítica en una ventaja estratégica y económica.
En definitiva, Portugal tiene ahora mismo en sus manos la oportunidad de enviar un mensaje potente al resto del continente: que racionalidad económica y autonomía estratégica pueden, y deben, ir de la mano.
Mr. Lynx
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