(Fecha publicación: 7 de octubre de 2025)
El pasado 30 de septiembre, el Ministerio de Defensa de los Países Bajos emitió una nota de prensa informando de que cazas F-35A con base en Polonia, integrados en la misión reforzada de Policía Aérea de la OTAN (eAP), se habían enfrentado y derribado un UAV ruso que había penetrado en el espacio aéreo de la Alianza. Al mismo tiempo, difundió la imagen de un F-35A de la Real Fuerza Aérea y Espacial de los Países Bajos con una marca de derribo de dron pintada en el fuselaje.
En dicha nota de prensa no se especificaba si el derribo se produjo mediante un misil o con el cañón interno GAU-22/A de 25 mm que equipa el caza furtivo. Todo apunta a que fue con un misil. Conviene recordar que, durante la incursión de drones rusos en el espacio aéreo polaco a principios de septiembre, en la que intervinieron F-35A neerlandeses y F-16 polacos, se demostró el uso de misiles AMRAAM AIM-120C-7, puesto que se hallaron restos de dichos misiles en la zona. Sea cual fuera el caso, este último derribo reabre un debate incómodo en la OTAN: los costes disparados que se pagan para abatir aparatos que valen una fracción.
Documentos presupuestarios de la USAF sitúan el coste medio de un AIM-9X en torno al medio millón de dólares por unidad en el año fiscal 2025; un AMRAAM, de mayor alcance, supera holgadamente el millón de dólares. Frente a eso, fuentes solventes sitúan el coste de los drones Shahed/Geran-2, utilizados en masa por Rusia, en torno a los 35.000 dólares. Un último dato: solo la hora de vuelo de un F-35A, ya en 2020, se estimaba en 42.000 dólares. La diferencia respecto al uso de misiles resulta casi obscena y, además, escalable: si el atacante lanza veinte, el defensor quema inventario y presupuesto a una velocidad insostenible.
La industria y los mandos estadounidenses ya han puesto nombre al problema: evitar la guerra del “uno contra uno”. La salida pasa por un enfoque en capas de la defensa: sensores persistentes, guerra electrónica para negar la navegación, interceptores económicos y artillería de corto alcance. Hoy ya existen ejemplos que “maquillan” discretamente la factura. El interceptor Coyote Block 2 tiene un coste del orden de 100.000–125.000 dólares por disparo.
Europa —o, mejor dicho, parte de su industria— también reacciona. Saab ha presentado Nimbrix, un mini interceptor anti dron (menos de 3 kg y menos de 1 m) pensado para eliminar drones pequeños (clases 1–2) a distancias cortas. Se lanza desde casetes de 9 o 12 tubos, conectados a un radar compacto y a una consola de operador. Está diseñado para entornos saturados y permite derribar “enjambres” a base de volumen, ya que puede dispararse en ráfagas y despejar el cielo sin agotar munición ni presupuesto. El fabricante subraya el uso de componentes comerciales y la fabricación mediante impresión en 3D de algunas piezas, además de la posibilidad de integración en plataformas terrestres no tripuladas o embarcaciones. En coste, Nimbrix busca que cada disparo cueste solo una fracción del de un misil de defensa antiaérea de corto alcance (SHORAD) tradicional: la empresa habla de entre una décima y una vigésima parte.
En definitiva, este último episodio deja al desnudo una evidencia: si a cada Shahed le respondes con un misil de seis o siete cifras, no te derrota el dron, te derrota la factura. La solución es sencilla de exponer y difícil de ejecutar: abaratar el primer gesto defensivo en todas las capas. Negar la inserción en el espacio aéreo cuando se pueda, destruir el enjambre con munición programable y utilizar interceptores de bajo coste fabricables en masa. No olvidemos una cosa: a la Unión Soviética no la derrotó un ejército: la desangró el coste de la carrera armamentística. Rusia ha tomado nota.
Mr. Lynx
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